Todas las tardes al salir de la escuela, mis amigos y yo íbamos a casa de Gerardo a escuchar música, o a ver películas violentas. A él siempre le gustaron las películas paranormales, a Karla y a mí nos gustaban las de artes marciales. Ella y yo en cuestión de música preferíamos el Rock; Gerardo prefería el Heavy Metal. Aun así, las diferencias nunca fueron realmente importantes, porque éramos amigos y nos queríamos por lo que éramos, no por lo que hacíamos. Además, ¿a dónde iríamos? ¿Quién querría juntarse con nosotros? Apartarnos no era una opción, los bichos raros deben permanecer juntos. Tuvimos muchos desacuerdos, unos más fuertes que otros, pero siempre volvíamos. Éramos bastante intensos, teníamos como una clase de acuerdo que consistía en jurarnos lealtad. Quiero que quede claro que nuestra amistad era algo serio, juntos contra el mundo, casi como una secta. Por creernos diferentes fuimos socios en la fuga de un sistema que no fue diseñado para que brillemos. Vivir en los suburbios de la ciudad es lo mejor que pudo pasarme, no soporto estar en lugares concurridos, el ruido me irrita demasiado. En secundaria tuve una banda de rock, nos reuníamos en la casa de una vecina. Ensayabamos toda la tarde, tocabamos canciones de Dead Poetic, Emery, Alesana, Thursday, Lostprophets, Deftones y Funeral For A Friend.
Todo nuestro circulo social compartía el mismo estilo, éramos raros; nos gustaba diferenciarnos de los demás, nos gustaba no tener nada en común con los adolescentes del colegio. En nuestras reuniones y ensayos nos congregábamos: Eliza Cuts, Christian, Karla, Diego, Clarissa, Clara, Lui, Eduardo, Leo, Naomi, Andy, Escalante, Azul y yo. Eran el grupo más cool, estar con ellos era lo mejor. La casa de Clarissa estaba un poco alejada de las demás, era la casa al final del vecindario. Había grandes árboles y pinos, siempre estaba fresca. Nosotros colocábamos nuestro equipo afuera, en su patio, bajo todos esos árboles. Entonces iniciaba el show, tocábamos nuestras canciones favoritas de las bandas que ya mencioné. Lo mejor era que todos allí conocían las canciones, así que era un show muy bueno, había mucha retroalimentación. Al estar al final del vecindario no había quejas por parte de los vecinos, nunca recibimos algún comentario negativo.
Vivir en los suburbios ya no es lo mismo, a finales de 2009 el crimen organizado llegó a la ciudad y comenzó a causar caos. Las calles se militarizaron, esto duró algunos años. En esa época comenzamos a escuchar sobre secuestros y desapariciones. Nosotros nos limitábamos a ensayar canciones, ya no salíamos tanto, ahora todo estaba mal. Una tarde los soldados golpearon a Diego, recuerdo que esa noche estábamos en casa de Clarissa, éramos: Clarissa, Eliza Cuts, Eduardo, Karla y yo. Esa noche alguien nos dijo lo que había sucedido, fue una sensación muy fuerte, algo triste. Diego consumía drogas, al igual que la mayoría de los chicos de nuestra edad, solo que él nunca se dejaba tratar mal. Me imagino que intentaron revisar sus bolsillos y él no se dejó, probablemente les respondió mal y esto terminó en una paliza. Diego sabía algo de producción musical, su especialidad era la música rap, a veces ecualizaba nuestro equipo durante los ensayos. Karla vivía en una zona céntrica, a pesar de ello, su vecindario era bastante tranquilo, a excepción de los sonidos de ambulancia, ya que esa ruta llevaba directo al hospital.
Aquella noche en casa de Clarissa, cuando nos contaron lo de Diego, todo quedó en silencio. Nadie sabía qué decir. Solo sentimos ese golpe en el pecho que dan las malas noticias, ese que te deja mirando al suelo sin saber muy bien qué hacer con las manos. Diego siempre había sido un tipo complicado, pero también alguien que aportaba algo especial cuando ensayábamos. Aunque a veces llegaba desconectado, entendía la música de una forma que nosotros no. Quizá por eso dolió tanto imaginar cómo había acabado todo. Nos quedamos allí, sentados, escuchando el ruido de la calle y las sirenas que siempre pasaban por la zona de Karla. Era extraño cómo una ciudad podía cambiar tan rápido, cómo lo que antes parecía rutina de pronto se convertía en una especie de advertencia constante.
Aquella noche no hicimos nada heroico. Solo nos quedamos juntos, viendo en la televisión nuestro programa favorito de humor negro, pero sin reír. Era lo único que podíamos hacer: aceptar que crecíamos en un lugar que ya no era el mismo y seguir adelante, como buenamente se pudiera.


