miércoles, 15 de junio de 2022

Her (2013)


Her, de Spike Jonze, es una película que se siente como leer una carta que nunca te atreviste a escribir: íntima, romántica, trágica y, por momentos, incómodamente honesta. No intenta ser épica ni darte respuestas claras, simplemente te deja ver cómo un hombre roto intenta reconstruirse a través de una relación que, desde el principio, sabes que está destinada a romperle un poco más.

Lo que me fascina es cómo la historia trata el amor desde un lugar vulnerable, casi torpe. Theodore no se enamora porque Samantha sea una inteligencia artificial increíblemente avanzada; se enamora porque ella lo escucha, lo acompaña, lo sostiene cuando él ni siquiera puede sostenerse a sí mismo. Es un amor que nace desde la carencia, desde el cansancio, desde ese hueco emocional que todos llevamos y que a veces llenamos con lo primero que nos hace sentir un poco menos hundidos. Y eso es lo más romántico y lo más trágico a la vez.

La relación entre ambos tiene algo dulce, pero es una dulzura que incomoda. Se nota que Theodore quiere creer que ese amor puede salvarlo, que puede ser suficiente. Pero la película nunca te engaña: te muestra que incluso en los momentos más tiernos existe una sensación leve, casi imperceptible, de que algo no encaja del todo. Es una especie de amor prestado, uno que no puede durar porque no está hecho del mismo material que él. Y aun así, lo vive como si fuera lo más real que ha sentido en mucho tiempo. Esa contradicción es lo que vuelve todo tan depresivo y tan humano.

Lo que más duele no es el final en sí, sino la forma en la que te das cuenta de que Theodore, incluso cuando creía haber encontrado una conexión profunda, seguía completamente solo. Samantha lo acompaña, sí, pero también crece, evoluciona, se expande más allá de él. Y verlo quedarse atrás, incapaz de alcanzar ese ritmo, es casi como ver cómo la vida misma avanza mientras tú sigues intentando entenderte. Es un recordatorio de que el amor, por más fuerte que sea, no siempre puede salvarnos de nosotros mismos.

La tristeza de Her es suave pero persistente. No te golpea; te envuelve. Te hace pensar en la manera en que buscamos afecto, en cómo nos aferramos a lo que nos hace sentir vistos aunque sepamos, en el fondo, que no nos pertenece. Y cuando Samantha se va, lo que queda no es solo la ruptura, sino la sensación de que Theodore tiene que volver a empezar desde cero… pero ahora sabiendo cosas que antes no quería enfrentar.

Y aun así, entre tanto gris, hay un aprendizaje sutil. Nada grandioso, nada que cambie el mundo. Solo esa sensación de que, después de todo, Theodore entiende que la soledad no es un enemigo a derrotar, sino un espacio que puede aprender a habitar. Que el amor —del tipo que sea— no sirve para escapar de uno mismo, sino para descubrir qué partes siguen sin estar resueltas.

Esa es la belleza trágica de Her: te muestra que incluso los afectos imposibles dejan huella, y que a veces lo que se rompe es precisamente lo que más te enseña.

Donnie Darko






¿Y si las personas diagnosticadas con “enfermedades mentales” no estuvieran realmente enfermas?
¿Y si, en realidad, siempre hubieran tenido la razón?

A veces los vemos hablando solos, desconectados del resto, y asumimos que algo no funciona bien en ellos. Pero imagina por un momento que no están hablando solos, sino que tienen la capacidad de ver otras dimensiones, de interactuar con algo que nosotros simplemente no podemos percibir. Sería fascinante. Y entonces, solo entonces, ellos serían los cuerdos… y nosotros los escépticos ignorantes que no entendemos nada.

Donnie Darko me hizo cuestionarme todo eso. Es una película con una profundidad inteligente, de esas que no aparecen muy a menudo. Solo unas pocas me han provocado una sensación similar: Matrix, Ben X y Mr. Nobody. En el mundo de los “locos”, quizá los que estamos equivocados somos nosotros.

Donnie Darko es un adolescente de 16 años —aunque algunos dicen 17— que sufre de sonambulismo. Nunca se especifica exactamente qué tiene, pero es evidente que hay algo ahí, algo que su familia intenta llevar con una mezcla extraña de preocupación y condescendencia. La historia tiene ecos de Lewis Carroll, lo cual ya me atrapa desde el principio, y además transcurre en 1988, un marco que le da una atmósfera especial.

Muchos piensan que Donnie Darko es una película de ciencia ficción. Personalmente, yo la veo más como una historia sobre la salud mental. Desde el inicio vemos a Donnie despertando en medio de la nada, lo que deja claro lo grave que es su sonambulismo. También sabemos que dejó de tomar sus medicamentos, Doxepin, un antidepresivo tricíclico que suele usarse para tratar el insomnio. Eso ya genera tensiones en casa.

Todo cambia el 2 de octubre de 1988, cuando una voz le susurra “Wake up!”. Es Frank, un conejo que le anuncia que el mundo terminará en 28 días, 6 horas, 42 minutos y 12 segundos. Donnie no está en su habitación cuando esto ocurre; ha pasado la noche fuera, dialogando con esa figura inquietante. Después, una turbina de avión cae directamente sobre su cuarto. Su familia piensa que ha muerto. Pero a la mañana siguiente, Donnie vuelve, completamente vivo, y deja a todos desconcertados. La F.A.A envía a la familia a un hotel y se hace cargo de todo. Lo extraño es que esa turbina pertenece a un avión de su propia compañía, pero no a ninguno que haya reportado haber perdido una.

No quiero entrar en spoilers, pero sí dejar mi interpretación muy clara: yo creo que Donnie nunca tuvo poderes ni visiones sobrenaturales. Para mí, todo se explica desde su enfermedad, y la película está narrada desde su perspectiva. Por eso su comportamiento parece tan lógico dentro del caos.

Pero reconozco que casi todos los que conozco opinan lo contrario: creen que Donnie sí tenía poderes, y que la película es ciencia ficción pura. Y lo entiendo; cuando era niño yo también lo pensé. Hasta que mi mejor amiga compartió su visión: para ella, Donnie era especial, y quizá todas las personas consideradas “locas” tienen habilidades que simplemente no comprendemos. Quizá no estamos preparados para ver lo que ellos ven.

Desde entonces vivo con esa duda.
Quizá es cierto.
Y si lo es, me temo que nunca tendremos forma de comprobarlo.