martes, 9 de diciembre de 2025

Chasing Cars

Cuando era adolescente me encantaba ver vídeos musicales. Cada día ponía los canales de música, sobre todo los de inglés. Recuerdo perfectamente aquella mañana en la que bajé a desayunar y apareció el videoclip de “Chasing Cars”, de Snow Patrol. Hubo algo ahí, algo distinto: cada acorde, cada palabra, cada sonido parecía encajar de forma perfecta, como si el mundo se detuviera un momento solo para que yo respirara.

Semanas después compré el álbum. Escuchaba esa canción casi todas las noches. Me tumbaba en el suelo, cerraba los ojos y, durante unos minutos, sentía una paz absoluta; me olvidaba del mundo. En mi mente aparecía siempre la misma imagen: una colina en plena noche, y un cielo que brillaba como el cielo estrellado de Van Gogh, lleno de luz y movimiento. A mi lado estaba alguien sin nombre, una presencia hermosa, cercana, que me acompañaba en silencio. Éramos solo esa persona imaginaria y yo.

Con el tiempo, esa persona quiso tener un nombre. Pero el universo, como siempre, puso sus pruebas. Ella tuvo que enfrentarse a monstruos invisibles, cuyos ataques eran la indiferencia, el rechazo, la sensación de no pertenecer. Le hicieron daño, mucho daño, y aun así siguió adelante. Cada herida la hacía más fuerte, más consciente de por qué estaba luchando.

Y mientras ella peleaba contra sus propios monstruos, me ayudaba a enfrentar los míos. Era extraño, porque ella nunca pidió nada a cambio, pero aun así me sostenía. Me hacía sentir acompañado cuando creía que estaba solo, me susurraba calma cuando todo parecía demasiado. Al final, después de atravesar todas esas pruebas, el universo le permitió tener un nombre. Ella podía elegir. Y eligió un nombre que sonaba a paz después de la tormenta, a amor y fuerza. Ella eligió llamarse: Elizabeth. Eliza, mi Eliza. La chica de al lado, la mujer de mis sueños.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Alison (crónica)

3 de abril de 2025

Una semana antes empecé a notar que Alison me evitaba. No había discusiones, solo ese silencio extraño que se instala entre dos personas cuando algo empieza a romperse. Aun así, cuando me pidió vernos en el lugar de nuestra primera cita —cerca del puente, a orillas del río— quise creer que todo se solucionaría. La vi llegar desde lejos. Vestía un vestido azul índigo, con mangas cortas y un cuello blanco que recordaba al de una camisa formal. Llevaba medias negras y converse negros. Sus ojos cafés se veían especialmente hermosos con la luz de la tarde, y el viento movía su cabello. Cuando sonrió al acercarse, pensé que todo estaba bien, que quizá había sido solo un malentendido. Me devolvió un poco de esperanza.

Hablamos de cosas sin importancia, luego de temas más serios, hasta que llegamos inevitablemente a lo nuestro. Entonces me dijo que no estaba segura, que aquello no funcionaba. Sentí miedo, un miedo profundo e irracional a perderla. Por impulso, por desesperación, por amor… no lo sé. Pero me arrodillé frente a ella y le propuse matrimonio. Ella me miró con frialdad, como si yo fuera un desconocido. Y dijo: “Es que… ya no te amo”. Sentí cómo algo dentro de mí se fracturaba, era mi corazón. Cuando por fin me puse de pie, todavía sin poder creerlo, ella se rio de mí. No fue una risa fuerte, pero sí lo bastante clara como para que me doliera más que sus palabras.

Nunca olvidaré cuando la conocí, aquel primer día en la agencia de diseño y marketing, todos hablaban de la chica nueva. Las chicas decían que era bellísima, los chicos se preguntaban si tenía novio. Yo no buscaba nada; mantenía el corazón cerrado desde hacía mucho tiempo. Pero cuando menos lo esperaba, ella pasó frente a mí sin mirarme, sonriendo de perfil como si hubiese querido que me diera cuenta de que esa sonrisa era para mí. En ese instante sentí que algo estaba a punto de cambiar. Después de nuestra primera salida, su madre la recogió en su coche azul. Yo volví a mi habitación, me tumbé en el piso y en casi completa oscuridad. Las ventanas cerradas, solo la luz azul de una lámpara de lava iluminando la habitación. Mirando el techo, creí que había encontrado al amor de mi vida. Escuchaba “Cherry Waves” de Deftones, entonces sentí que flotaba. Nunca fue mi canción favorita, pero con Alison adquirió un significado nuevo

Una amiga muy querida decidió seguir a Alison en Instagram poco después de que Alison y yo empezáramos a salir. Al principio me pareció un gesto curioso, pero pronto comenzaron a hablar y, sin darme cuenta, ya eran amigas. Nunca me contaron de qué conversaban exactamente, pero a mí me hacía feliz verlas interactuar. Sentía que era el principio de algo hermoso, duradero y pleno. Lo cierto es que fue gracias a esa amiga que reuní el valor para acercarme a Alison. Mi amiga es de otro país. Nos conocimos por Instagram casi por accidente, y, aun así, desde las primeras conversaciones, hubo algo especial. Ella tenía esa forma de hablar que te desarma, ese sentido del humor que aparece incluso cuando los días son malos, y una empatía que te hace sentir escuchado sin necesidad de explicar demasiado.

En muy poco tiempo se convirtió en una de las amistades más bonitas que he tenido. Con esa amiga, las noches se hacían cortas entre charlas, risas, confesiones y esas conversaciones que solo se tienen con alguien en quien confías de verdad. Ella tenía un modo único de acompañar, de hacer sentir especial incluso a kilómetros de distancia, como si estuviera sentada a mi lado. Una noche estábamos hablando sobre las personas que nos gustaban. Fue una conversación larga, sincera, de esas que te ayudan a sentirte menos solo. Acordamos declararnos al mismo tiempo, para darnos valor mutuamente. Era nuestro pequeño pacto: si uno caía, el otro lo sostenía. Ella lo hizo, pero por desgracia no fue correspondida. Recuerdo que me dolió como si me hubiesen rechazado a mí; sentí una mezcla de tristeza y ternura hacia ella, por la valentía con la que se atrevió a decir lo que sentía. A mí me fue bien. Alison respondió a mi mensaje —porque sí, nos declaramos por mensajes— diciendo que se había enamorado de mí desde el primer día, que fue amor a primera vista. Para entonces, ya habíamos salido como amigos: idas al cine, caminatas a orilla del río, momentos sencillos. Y yo, en medio de mi felicidad, pensaba que mi amiga también estaba feliz por mí. Que nada podría romper nuestra amistad. La vida era buena.

A finales de marzo, Alison le confesó a mi amiga que tenía dudas sobre lo nuestro. Yo no lo sabía aún, pero entre ellas ya se estaban construyendo conversaciones que terminarían cambiándolo todo. Mi amiga, con esa manera suya de indagar sin parecer invasiva, quiso saber más. Fue entonces cuando Alison le confesó que había conocido a alguien por internet. Alguien de Alemania. Y que tenía el deseo de irse con él. Lo único que la detenía, dijo, era el miedo a romperme el corazón. Mi amiga trató de tranquilizarla. Le dijo que no se sintiera mal, que ella se encargaría de “arreglarme”, que solo le avisara cuándo sería el día en que me lo iba a confesar para que pudiera prepararme con antelación. Mientras tanto, yo vivía ajeno a todo eso, creyendo en la estabilidad de mi relación, en la sinceridad de mi amiga y en la calma aparente de los días.

Llegó el día, el 3 de abril. Alison me rechazó y me dijo que se iba del país. Recuerdo el silencio que siguió a esas palabras, un silencio tan grande que me dejó sin aire. Aquel anillo… el mismo anillo que había comprado la semana en que la conocí. El que elegí con la ayuda de mi amiga Eliza, probándolo en su mano porque ella y Alison tenían la misma complexión. Ese anillo que representaba tanto para mí terminó en el fondo del río, tragado por el agua fría, como si nada hubiese significado jamás. Después de aquello, Alison empezó a culparme. Me dijo que ser un buen hombre no era suficiente. Yo, confundido, solo pude decirle: “No lo entiendo”. Y entonces respondió algo que me marcó profundamente: “Solo mira, ella sí lo entendió”, refiriéndose a mi amiga. Le pedí que no la involucrara, que no se atreviera a mentir para hacerla quedar mal. Pero Alison insistió y me mostró sus chats. No quería leer nada. Me negué una y otra vez. Pero al final cedí. Y eso terminó de romperme. Mi amiga era para mí más que solo una simple amiga; era una persona que imaginaba en mi futuro. La consideraba parte de mi familia, un apoyo firme, alguien que jamás pensé que podría estar involucrada en algo que me dañara. Alison lo sabía. Por eso la mencionó. Quería demostrarme que yo estaba exagerando, que todos estaban de su lado, que el problema era yo. Le creí, le creí cuando dijo que no soy suficiente.

Y en ese instante, con el corazón roto en mil pedazos, supe que estaba completamente solo.

Ese 3 de abril regresé a casa ya entrada la noche. Tenía la mente confundida, como si cada pensamiento desgarrara mi alma. Al llegar, vi varios mensajes de mi amiga. Me preguntaba qué había pasado, con una preocupación que en otro momento me habría consolado, pero que en ese instante me parecía extraña. Me preguntaba como si realmente no supiera nada… pero ya sabía. Le conté lo sucedido y, con el corazón roto, le pregunté si ella lo sabía. Quería que lo negara, juro que deseaba con todas mis fuerzas que ella dijera que todo era una mentira cruel tejida por Alison, que me dijera que no tenía idea, que Alison nunca le contó nada. Yo le habría creído. Pero no lo hizo. Lo admitió. Y espero, de verdad, nunca volver a sentir ese nivel de tristeza. Dijo que no le correspondía decirme que mi novia me había engañado, que lo hizo “por mí”. Hasta hoy repite que ayudó a Alison porque quería "salvarla". Nunca entendí qué significaba exactamente eso. Lo único que sé es que me rompió el corazón de una forma que jamás imaginé posible. Hablamos por una hora aquella noche. Yo le reclamé, con dolor, pero sin faltarle el respeto. Le dije que esperaba más de ella, que yo había sido su amigo antes de que ella y Alison se hicieran amigas, que lo lógico habría sido que fuera leal a mí. Le dije que yo jamás le haría algo así, que a pesar de todo seguiría estando para ella, porque —a diferencia de ella— yo sí la amaba, al menos en ese sentido profundo de amistad que antes creía mutuo. Al final le dije que lo entendía y hubo cierta calma, un silencio extraño entre los dos, como si ambos intentáramos recomponer algo que ya estaba roto. Al día siguiente me disculpé con ella por haberle reclamado. Pero ahora, viéndolo en retrospectiva, sé que me disculpé únicamente porque no quería verla triste… no porque creyera que tenía razón o que había hecho lo correcto.

El domingo 6 de abril caí en una depresión muy grave. Recuerdo estar acostado en casa, sin fuerzas, con el estómago vacío después de días sin comer. Todo parecía oscuro, inmóvil, como si el tiempo hubiera dejado de avanzar. Había estado escuchando los álbums: The Downward SpiralColour The Small One. Ese último álbum es muy especial para mí, es uno de los más tristes que tengo. Cada canción ganaba un nuevo significado, cada canción dolía el doble que la anterior. También escuché Some People HAVE Real Problems, otro álbum que me destruye por su contenido emotivo y por el significado que ha tenido a lo largo de mi vida. De pronto comenzó a sonar la canción número siete, I Go To Sleep, y algo dentro de mí se quebró todavía más. En ese momento pensé que no valía la pena seguir. Sentía que lo había perdido todo: el amor de mi vida me había dejado, mi amiga más querida había estado de su lado, y mi familia había decidido alejarse de mí. Me quedé completamente solo. En aquel estado, estuve en las sombras del valle de la muerte. Primero pensé en una idea terrible, y luego en otra no menos trágica. Caminé hacia la cocina, apenas podía ver pues tenía los ojos llenos de lágrimas, apenas podía respirar. Busqué una sábana oscura para cubrirme, no por dramatismo, sino por miedo: incluso en mi peor momento, la sangre me asustaba. Me encerré en la regadera. El agua estaba helada. Lloraba porque, en el fondo, yo no quería ese final. Porque todo lo que había deseado era una vida tranquila, sincera, llena de cariño. Y sentía que lo había perdido todo de golpe, todo por no ser suficiente. No merecía un amor completo y tampoco lealtad. Luego quedé inconsciente.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Rayos de Luz (Ensayo)

Amo cuando me demuestran que me quieren sin intentar demostrarme que me quieren; esa persona está distraída y hace algo que te hace llegar a la conclusión de que te quiere demasiado, entonces te quedas callado sintiéndote feliz por haberlo notado. Esa idea, tan sencilla y tan real, resume algo que muchas veces pasamos por alto: que el cariño auténtico aparece en los momentos más naturales.

No hace falta que alguien prepare un gesto enorme o un discurso lleno de emoción. A veces basta con una acción espontánea, algo que la otra persona hace sin pensarlo demasiado: recordarte un detalle, preocuparse por ti en medio de su rutina, o incluso una mirada rápida que revela más de lo que dice. Y lo curioso es que ese tipo de gestos suelen ser los que más nos llegan, precisamente porque no buscan impresionar.

Esos momentos generan una sensación especial. Te quedas en silencio, no porque no tengas nada que decir, sino porque quieres guardar ese instante. Te das cuenta de que el cariño que recibes es real, no forzado, y eso te da una calma que pocas cosas pueden darte.

Cuando alguien te demuestra que te quiere sin proponérselo, te está mostrando su forma más honesta de sentir. Y ahí es donde de verdad entiendes que el afecto se construye en lo cotidiano, en lo simple y en lo que no necesita explicación.

jueves, 13 de noviembre de 2025

Abril (demo, 2025)

Daño emocional,

con sinceridad,

me he vuelto a drogar, la verdad;

solo así dejo de sentir.


Había mucho dolor,

las marcas del amor,

cansado de sufrir

me tuve que... alejar... de ti...


¿Por qué no me incendias

y terminas conmigo?

Pues cansado estoy

de intentar justificarte.

Los "te quiero" que dices,

ya no creo... en ninguno...


¿Fue casualidad?

Ya me da igual.

Deja de decir... que somos iguales,

porque lo odio, en verdad.


Niña, no hay nadie

que me cause tanto daño

como lo haces tú...

y dices amarme.

Los "te quiero" que dirás,

ya no los creo... nunca jamás...